martes, 17 de agosto de 2010




EL PAIS › TESTIMONIOS Y COLOR A LA HORA DE ENTRAR A LA ROSADA

La previa del acto

Los invitados desbordaron la capacidad del salón. Una larga fila de personas pugnaba por entrar: una variopinta muestra de la diversidad que por primera vez se hizo un lugar en la Casa Rosada.






Por Emilio Ruchansky

Entrar por la puerta grande de la Casa Rosada no es fácil. Lo saben los cientos de militantes por la diversidad sexual que hicieron una larga cola sobre la calle Balcarce, también lo sabe el ex jurado de Bailando por un sueño Jorge Lafauci, que en su afán de esquivar el bulto, quiso atravesar las rejas por el acceso de prensa y fue ninguneado por los guardias de seguridad. “Yo vengo a ver qué pasa. A mí me invitó el productor Alejandro Vannelli, hace treinta años que lo conozco; ahora, si tengo que hacer cola me voy”, le dijo este personaje mediático a Página/12. Mientras esperaba a Vannelli, que ya tiene fecha de casamiento con el actor Ernesto Larrese, a ver si lo hacía entrar, otro famoso actor, Carlos Santamaría, se acercó al mismo lugar. Y lo rebotaron también.

En medio del nerviosismo de algunas personas que no estaban anotadas para entrar y rogaban favores a sus conocidos detrás de las rejas, apareció un señor canoso, de traje, zapatos y tapado azul que comenzó a arengar: “¡Qué no decaiga la alegría! ¡Por qué tanta seriedad!”, gritaba. Luego desenrolló su pancarta: “Los mismos derechos para nuestros hijos gays y sus hermanos heterosexuales”. Turistas, activistas y curiosos se acercaron a él para retratarse, sosteniendo la pancarta. “¿Brasil? Ustedes van a conseguir el matrimonio igualitario también, no se preocupen”, le decía a una activista del país vecino.

“Me llamo Francisco, vine con mi esposa y otras dos personas más del grupo de Padres, Familiares y Amigos de Gays y Lesbianas. Armamos el grupo en 1998, le aclaro que en Estados Unidos hay 500 filiales”, informó el señor. ¿Y en Argentina cuántas hay? “Dos, la otra está en Córdoba, entre paréntesis, funciona en una iglesia católica. La armó una señora que es militante católica, pero que entendió enseguida que éste es un tema de amor. Algunas iglesias tienen un discurso distinto que la cúpula”, respondió. Su esposa, Ema, contó que recién después de la aprobación de la ley blanqueó la orientación sexual de su hija con la mujer que limpia su casa desde hace casi 25 años.

“Yo quería compartir la alegría que sentía. Ella lo entendió enseguida, me dijo: ‘Señora esto es así, yo tengo un sobrino en Tucumán que está en las mismas condiciones, es amor, no otra cosa’”, recordó Ema. Además de la alegría, la mujer siente tranquilidad por la aprobación de la ley porque fue “una decisión transversal, no de un solo partido”. Su marido, en una pausa tras sacarse varias fotos con su pancarta, regresó con una sonrisa enorme: “Ya está, ya está”, se decía a sí mismo. “Yo creo que el 60 por ciento discrimina por ignorancia, el 20 por ideología y el otro 20 es abierto a la diversidad. Ahora ese 60 por ciento está mejor informado, eso es lo que ganamos”, concluyó.

A la vuelta de la entrada principal, sobre la calle Hipólito Yrigoyen, cinco activistas de la Asociación de Travestis, Transgéneros y Transexuales de la Argentina (Attta) se fotografiaban entre ellas. “Nunca me imaginé que iba a entrar en la Casa Rosada”, dijo Nadia Molina, que además de coordinar a la Asociación en Córdoba, trabaja en el Instituto contra la Discriminación. “El matrimonio igualitario fue el primer obstáculo superado, ahora falta la ley de identidad de género para tener documentos acordes con nuestra identidad, lo que facilita la entrada a la escuela o alquilar una vivienda. También queremos sacar los edictos que criminalizan el travestismo en muchas provincias”, enumeró.

Pocos metros más adelante, cuatro norteamericanos, todos trajeados, eran observados con asombro y desconfianza por sus vecinos en la fila. “Se deben haber equivocado de lugar, por ahí quieren ir al Ministerio de Economía”, le dijo un activista a otro, que llevaba la bandera con los colores del arco iris colgada de los hombros. No estaba del todo equivocado. “Venimos de Washington D.C., somos de la Cámara de Comercio de Gays y Lesbianas de los Estados Unidos, vinimos invitados por la embajada norteamericana”, se presentó uno de ellos, Justin Nelson.

“Estoy muy excitado por todo lo que está pasando en Argentina, es algo histórico, muy positivo, nos da esperanza a los demás países de América y del mundo entero. El cambio está ocurriendo ahora mismo”, agregó Nelson, que vino en misión comercial y de intercambio cultural, junto a otras personas en representación de nueve empresas estadounidenses. “Queremos generar contactos y ver oportunidades de exportar”, comentó antes de que alguien lo tomara del brazo y lo colara a él y a sus tres compatriotas más cerca de la puerta.

Ya estaba anocheciendo cuando llegó el diablo con pulóver y calzas negras, cuernos, cola y dos tridentes rojos. Y claro, también se coló. “Soy de la Movida del Diablo, un grupo de 200 personas compuesto por músicos, artistas visuales y abogados. El nombre está inspirado en la frase del cardenal Jorge Bergoglio”, dijo el hombre, que resultó ser el artista Roberto Jacoby. ¿Estaba haciendo una performance? “No, esto es un acto político, también fuimos al Congreso cuando se aprobó la ley, fuimos los que cantábamos ‘¡Satanás, Satanás, sacate la sotana, Satanás!’”.

El frente de la Casa de Gobierno fue una versión en miniatura de la marcha del orgullo gay.
Imagen: Rolando Andrade